Generación tras generación










El árbol que estáis viendo no es un olivo cualquiera, sino que bajo sus raíces se encuentra una bonita historia familiar. Hace casi doscientos años, Gervasio, mi tatarabuelo y amante de la jardinería, plantó este olivo en una finca de su propiedad. En su tiempo libre, muy escaso en esta época, Gervasio se acercaba al lugar y regaba con mimo al que todavía era un esqueje. Año tras año el árbol iba creciendo, sus raíces se aferraban al terreno y aparecían sus primeras hojas.

Cuando Gervasio fue padre intentó que sus hijos compartieran con él su afición, pero solo consiguió que Félix lo hiciera. Desde entonces, ambos se encargaron del cuidado de este y otros muchos árboles más, dedicación que forjó un especial lazo entre padre e hijo.

Décadas más tarde, la historia se repetía, Félix infundó a sus hijos la joven tradición familiar, pero esta vez no tuvo éxito, ninguno de sus sucesores participó en las tareas relacionadas con el olivo.
Finalmente, debido a la prematura muerte de mi abuelo, fue Félix quien inculcó esta costumbre familiar a Pedro, mi padre. Ya por entonces el esqueje se había convertido en un olivo del que se podían recoger frutos.

A principios de los años 90, debido a una reforma parcelaria en Obanos, el terreno familiar fue expropiado, por lo que los árboles que allí permanecían iban a ser talados. Mi padre, al enterarse de esto acudió rápidamente al lugar y decidió trasplantar el olivo al que ahora es nuestro jardín, en que lleva más de veinte años siendo tratado con el mismo cariño que cuando fue plantado.



Comentarios